10 Heil Baphomet Parte II por Velkan Corvinus
Por Velkan Corvinus "el Viejo"
(Primera publicación en la revista "Caput No. 12"; Cuento 10mo de la línea principal del Codex Tempesta)
¿Dirlewanger?, jamás escuche el nombre de ningún
oficial llamado Dirlewanger, pero por la expresión que mostraban los demás
oficiales mayores, incluidos el führer, lo conocían muy bien, y no de una forma
agradable.
—¿Oskar Dirlewanger?, ¿Cómo pretende que sea éste
hombre, más bien, este sádico sin honor ser el comandante de la misión?, ¡se ha
vuelto loco sir Adler!— exclamó uno de los oficiales de la Wehrmacht del
salón.
—Herr Dirlewanger y su unidad de convictos
deshonran el uniforme de las SS, no deberían ser dignos de comandar esta
expedición.— declaró un joven oficial de las SS del lugar.
Al escuchar esto, el señor Dirlewanger lentamente, y
con actitud calmada pero amenazadora, voltea a ver al oficial, y lentamente se
empezó a dirigir hacia él.
—¿Sádico?, ¿indigno?, ¿sin honor?, ustedes fueron
los que ensuciaron las SS con su debilidad y las volvieron un ejército de
princesas. Estuvieron tan preocupados en convertir a las SS en una fuerza de
príncipes azules, y caballeros de cuentos de hadas, que se olvidaron cual era
el propósito de éstas: volverlas una fuerza de destrucción.
Pueden llamarme como quieran, no soy yo el
que perdió batallas y combates por estar distraído atendiendo y cuidando
prisioneros enemigos, judíos del camino y civiles de pueblos hostiles, para ser
vistos como héroes libertadores, cuando los estaban matando en el frente.
Al enemigo se le mata, se le extermina, se
le hace ver que solo significa un juguete de diversión para ti. Al enemigo se
le debe tratar como una plaga, y se le debe exterminar sin importar qué.
¿Prisioneros?, ja, eso es una muestra de piedad indigna e inmerecida. A los
enemigos no se les aprisiona ni se les cuida, se les ejecuta, se les despedaza,
y se ponen sus cadáveres a la vista para que los demás vean que no estamos
jugando, venimos a ganar, y a divertirnos en el proceso.
A diferencia de ustedes, que corrían a
refugiarse en Berlín y en búnkeres, perdiendo batalla tras batalla, siguiendo
reglas militares que los rusos no siguen, códigos de honor que los rusos no
siguen; yo era el único que ganaba batallas, recuperando territorios perdidos
por el Reich y por su incompetencia. Ejecutando, matando, despedazando,
profanando, violando, jugué el mismo juego de los soviéticos, pero mejor, e
hice que retrocedieran y temieran mi nombre, y es por eso niño, que yo guiaré
esta misión, pues yo vine a ganar, no a jugar al caballerito noble alemán.— terminó
Dirlewanger, mientras se postraba a pocos centímetros de la cara del joven
oficial, mientras a éste se le veía a kilómetros el miedo que exudaba por tener
a este oscuro comandante frente a él.
Todo el salón quedó en silencio, callados y atónitos,
luego de la explicación de Dirlewanger al oficial de las SS; hasta que sir
Adler rompió el silencio.
—Es hora, junten su equipo y prepárense, en una
hora partiremos a Hungría.— al terminar sir Adler de dar la orden, él y
Hitler se retiraron a la habitación derecha del salón por donde habían estado
antes de la reunión, cerrando la puerta tras de sí.
—Ya oyeron, preparen sus equipos, municiones,
víveres, todo, muévanse.— un capitán de las Werwolf nos ordenó a nosotros
junto con los pocos de los Volksstrum, mientras los soldados de la Werhmacht, y
de las SS, hacían lo suyo.
Antes de empezar a alistarme yo, vi que Ágata estaba
en un sillón de la sala, arrullando a la muñeca. Me acerqué a ella y pregunté.
—Disculpa Ágata, no quiero sonar insistente, pero
¿quién es la Señora Oscura, y porqué me llamas Parzival?—
Ágata volteo la mirada hacia mí y respondió.
—Eres curioso, eso me gusta, pero no es el momento
indicado para responder esas preguntas. Cuando llegues al final de esta misión,
verás cosas que no creerás aunque las veas, y aunque se te sea explicado, no
lograrás entenderlo por completo, pero tu misión no terminará ahí; tu seguirás
adelante, más al oriente, solamente te daré un pequeño consejo.— Ágata se
detiene un momento mientras cierra sus ojos y me regala una sonrisa de forma
muy tierna.
—Practica tu ruso, lo necesitarás a dónde vas a
ir.—
—¡Vamos Otto, muévete!— grito el jefe de mi
unidad.
Al alistarnos, nos dirigimos rápidamente a un túnel
secreto que daba a otra localidad diferente de por donde entramos. Al estar a
fuera, Dirlewanger, acompañado de sir Adler que vendrá con nosotros, comenzó a
movilizarnos para entrar en las ruinas periféricas lejos de la ciudad. En la
entrada de la salida del túnel estaba Hitler junto con sus dos escoltas de las
SS, y la niña Ágata, viéndonos partir. Al voltear a ver a Ágata, ésta cargando
a su muñeca como si fuera un bebé, me miró, y me respondió la mirada con una
sonrisa y un saludo de despedida; al ver esto le respondo y dirijo mi mirada
hacia con mis compañeros en rumbo a nuestro destino.
Hungría 1945, frontera con Rumania
El viaje fue más adrenalínico de lo que esperaba. En
todo el camino estuvimos evitando las patrullas soviéticas para evitar
conflictos innecesarios, abordamos un avión ruso de provisiones, eliminando a
sus ocupantes de forma silenciosa, para poder llegar a nuestro destino sin
toparnos con problemas mientras estábamos en el aire. Al aterrizar en un lugar
despoblado, marchamos rápidamente entre los bosques, rodeando los lugares
urbanizados y pueblos para evitar ser detectados hasta que llegáramos a la
frontera.
Al llegar comenzamos a dirigirnos a un edificio
abandonado, cerca de un pueblo a orillas del bosque, que al parecer sirvió como
manufactura para madera o cosas por el estilo.
Mientras avanzábamos hacia el lugar lenta y
discretamente, no pude evitar mirar y observar detenidamente a ese tal
Dirlewanger, ¿Quién era? Al hacerme estas preguntas, me acerqué a uno de mis
compañeros de la Werwolf y pregunté.
—Hans, ¿tú sabes quién es ese Dirlewanger?—
Hans, sin quitar su mirada del camino por donde
pasábamos contestó.
—Según supe, Oskar Dirlewanger es el comandante de
la División 36° de Granaderos de las SS, mejor conocida como la División
Dirlewanger; es un Batallón de Castigo. Por lo que supe, el Reich creo
batallones de castigo para insertar en ellos a los soldados indisciplinados,
pero después reclutaron a criminales, asesinos, convictos, y a los indeseables
alemanes que nadie quería. El objetivo era que sus vidas sirvieran para ganar batallas
y sirvieran en misiones de alto riesgo, en donde la probabilidad de vencer era
nula, así evitaban que sus mejores tropas perecieran; si un batallón de castigo
era eliminado, no era una pérdida, y si vencían, se les daba otra misión, son
como escuadrones suicidas; pero la División Dirlewanger fue otra cosa.
Fue creada por órdenes de Himmler, y se
les encomendó misiones imposibles, que ningún tipo de tropa podría lograr, pero
lo hicieron. De entre los combatientes alemanes que lucharon en la guerra,
Dirlewanger y sus hombres fueron los más sanguinarios, sádicos, y letales
tropas que el Reich haya visto. Masacraban las tropas enemigas que capturaban,
¿¡Recuerdas el alzamiento de Varsovia, en Polonia!?, él exterminó a las
mujeres, a los niños, hombres y ancianos que se alzaron, que apoyaron a los
partisanos, y algunos extras que no tuvieron nada que ver para infundir terror
en la resistencia polaca.
Los polacos le odian, pero le temen más,
¡incluso los soviéticos le temen!, no se me hace extraño que el dirija esta
misión en contra de otro monstruo igual de cruel que él—
Al escuchar esto último, no pude evitar recordar lo
que Ágata me dijo cuando ellos entraron al salón: “Para matar monstruos,
necesitas monstruos”. ¿Será parte de las respuestas que dijo que no entendería?
—¡Alto!— indicó uno de los oficiales de
Dirlewanger.
—Adelante hay una patrulla rusa, tendremos que
rodear para que no nos detecten.—
—No va a ser necesario.— respondió
sir Adler mientras caminaba sin preocupaciones, a la vista del enemigo, en
dirección hacia el punto de encuentro con el informante.
Rápidamente nos pusimos en posición para responder el
fuego soviético y cubrir a sir Adler, pero los rusos no se movieron de su
posición. Estaban erguidos a lo lejos, cerca del edificio a donde íbamos a
refugiarnos, pero algo no habíamos visto hasta que nos acercamos a ellos.
Los rusos estaban erguidos porque habían sido
empalados con unas grandes estacas. Las estacas no habían sido puestas junto
con el cuerpo, es como si la estaca hubiera salido de la tierra y lo hubiera
penetrado vivo en su posición. No podía entender lo que estaba viendo, pero
debíamos entrar al almacén antes que nos vieran otras patrullas.
Al estar adentro a salvo, todos nosotros estábamos
extrañados, a excepción de Dirlewanger y sus hombres. No entendíamos que pasaba
y a donde vamos, pareciera que diéramos vueltas en círculos por la frontera con
Rumania.
—Un gusto verlo de nuevo, viejo amigo.—
Todos dirigimos la mirada hacia el sujeto al que se
refería sir Adler. Un hombre había aparecido en el almacén; era un sujeto alto,
delgado, con una cara larga y facciones tenebrosas, no tenía barba, pero si un
bigote algo grueso, además de que poseía un pelo largo, negro y ondulado que
caía sobre sus hombros. El hombre vestía con un traje negro, como si fuera de
gala, pero lo que resaltaban eran sus ojos, unos ojos azules antinaturales como
los de sir Adler y la niña Ágata.
—Mis más sinceras disculpas por el espectáculo de
afuera, no tenía previsto que aparecieran, así que me encargué de ellos para
que tuvieran un acceso tranquilo hacia el lugar.— expresó el extraño hombre
misterioso de apariencia siniestra en la oscuridad del almacén.
—¿Supongo que usted es el señor Wallachia?—
preguntó el joven oficial de las SS.
—Supone bien, joven soldado, pueden llamarme Vlad,
si les complace.—
¿Vlad?, recuerdo haber escuchado ese nombre alguna
vez, pero no recordaba donde. El extraño hombre de nombre Vlad, se acercó a
nuestra unidad hasta saludar, de forma muy antigua diría yo, a sir Adler, como
si fueran amigos desde hace mucho tiempo.
—¿Estos son los hombres que completarán el
objetivo?— preguntó Vlad a sir Adler.
—Así es, ellos serán los que recuperarán el espejo
de los rabinos.— respondió Adler.
—Sobre eso, le tengo otras noticias. Los rabinos
ordenaron a los soviéticos mover el espejo al templo, al parecer quieren
eliminar el lugar, junto con el espejo, no sin antes revelar todos sus
secretos.—
—¿Así que descubrieron el templo?, esa es
una buena noticia, no necesitaremos hacer dos viajes, podremos abrir el nexion
al completar la misión principal al parecer.—
¿Rabinos, nexion, templo?, lo que estos dos hombres
hablaban no tenía sentido, Ágata era más clara en sus acertijos al parecer.
—Muy bien señores, reúnanse en el centro, los
planes cambiaron, el lugar a llegar está a unos kilómetros al sur de donde se
supone que estaba el objetivo.— mencionó sir Adler mientras todos lo
seguían al centro.
Vlad caminaba sin prisa al lugar de reunión de los
demás soldados, hasta que terminé caminando junto a él hasta que nos detuvimos,
fue entonces cuando lo recordé.
—¿Vlad es su nombre, no es así señor?— pregunté
de forma curiosa al extraño hombre de pelo largo.
—Así es joven soldado, ¿por qué la pregunta?—
—Nada en especial, el nombre le queda muy
bien. Viendo su apariencia, no es fácil pensar que usted sería la encarnación
del vampiro Drácul ¡¡AAGG!!—
Antes de terminar lo que iba a decir, Vlad me tomó con
su mano izquierda el cuello, y levantándome en el aire, me empezó a
estrangular. Mis compañeros al percatarse, tomaron sus armas y apuntaron al
hombre de negro exigiendo que me soltara. No podía respirar, y mientras pasaban
los segundos sentía que moría lentamente, lo único que podía visualizar bien eran
sus ojos. Sus ojos, que expresaban una mirada terrorífica; el azul de sus ojos
empezó a aumentar su intensidad, y el blanco natural de los ojos, empezó a
tornarse rojo, hasta que pareciera que sus cuencas oculares estuvieran hechas
de sangre, haciendo que su mirada fuera más atemorizante.
—Vuélveme a llamar vampiro, y te arrancaré el
corazón mientras sigues vivo.— respondió Vlad con una voz que parecía todo,
menos humana.
—No creo que sea una buena idea, no en un punto
como en el que estamos, sino, ¿Cómo completará su misión siguiente?, ¿no es
así, Parzival?— al decir esto sir Adler, Vlad me soltó enseguida.
La apariencia de Vlad cambió poco a poco, a su forma
normal y calmada.
—¿Así que él es Parzival, uno de los doce?, hmmm,
¿supongo que aún no tiene idea del mundo al que está por entrar?—
—No, pero lo estará pronto, solo que aún
no lo sabe.— le contestó sir Adler al interesado Vlad,
que no dejaba de mirarme con una mirada de interés y curiosidad.
¿Parzival?, otra vez ese nombre, ¿qué significa? Pero
antes de mostrar mi inconformidad por no saber de a que se referían conmigo, sir
Adler empezó a hablar robándome la palabra.
—Independientemente de este mal entendido, debemos
fijar el reajuste de la misión. El espejo ha sido movido de localidad a un
lugar secreto, en la zona sur de Rumania. Los guardias y soldados soviéticos se
desplegaron de una forma más organizada, los rusos no quieren perder ese lugar,
cueste lo que cueste, ¿mi señor Vlad?—
—El lugar está rodeado de tropas
soviéticas, tendremos que dividir las fuerzas y atacar por diferentes puntos.
Las tropas de la Wehrmacht y las SS, irán contra los sectores más armados,
serán el golpe fuerte del ataque; los voluntarios de la Volkssturm y los
Werwolf, apoyarán el ataque de los primeros y se enfocarán en los puntos
débiles de la defensa rusa; Dirlewanger, las fuerzas especiales de Yagoda están
ahí junto con él, en el interior del lugar, elimínalos sin mediar una bala.
Abra tropas de apoyo rodeando el lugar, se acercarán en seguida de escuchar el
ataque, de ellos me encargo yo, concéntrense de tomar el templo.
—¿Cómo llegaremos al punto sin que nos
intercepten antes?— preguntó un sargento de las Volkssturm.
—Conozco un camino oculto por esas tierras. El
punto objetivo está en tierras donde yo alguna vez goberné, Wallachia se
llamaba en ese entonces. No se preocupen, no habrá encuentros inesperados de
aquí hasta nuestro objetivo.—
Dicho esto todos parecían conformes, aunque algo
extrañados por la pequeña historia de Wallachia que mencionó Vlad.
—Ya tienen sus órdenes, prepárense.
Dirlewanger, ¿puede venir un momento conmigo?—
Los hombres se empezaron a organizar como sería el
ataque, mientras Dirlewanger se dirigía con Vlad y sir Adler. Aunque no se
escuchaba nada de lo que estaban hablando, pude escuchar un poco de lo que
decían.
—¿Trajo lo que le encargamos, herr Dirlewanger?— preguntó
sir Adler al comandante alemán.
—Lo hice, lo que nuestra Señora ordene, yo
cumpliré.— respondió Dirlewanger
La Señora, una vez más la mencionan.
—Estamos listos.— menciona uno de los oficiales
veteranos de la Wehrmacht. Sir Adler, al escuchar esto, rápidamente se enfila
hacia nuestra posición.
—Muy bien, que comience el juego.—
Llegamos al punto objetivo, estaba rodeado por varias
fuerzas soviéticas, incautas y algo distraídas, ¿quién iría a un punto en un
pueblo abandonado de Rumania? El lugar estaba en un edificio, que parecía una
biblioteca del gobierno grande, pero algo derrumbado por la guerra; las casas
alrededor estaban, algunas integras y otras destruidas por bombas, balas y
explosiones a gran escala.
Nos pusimos en posición, todos sabíamos que hacer y lo
que teníamos que hacer. Todos estábamos algo expectantes, y yo, junto con mis
compañeros, estábamos algo asustados, llenos de miedo y adrenalina, en especial
los sobrevivientes que quedaron de la Volkssturm, pues solamente eran civiles
que fueron reclutados al final de la guerra para detener el avance inminente de
los aliados a Berlín, pero hay que dejar algo en claro, esta no era una misión
del todo normal. Aunque los experimentados de la Wehrmacht y las SS se veían
seguros, con la adrenalina y excitación de miedo normal de la guerra, se veían
un tanto dubitativos, e incluso, con destellos de miedo, a excepción de los
hombres de Dirlewanger, que se veían emocionados por el encuentro ; ¿Y cómo no
iba ser así el miedo?, Hitler estaba vivo, nos reclutan un hombre y una niña que
van más allá de lo misterioso, nos comanda un soldado sádico que hasta nuestros
enemigos le temen, hemos visto cosas que solo pueden ser catalogadas como
sobrenaturales, nos acompaña un hombre, que me es imposible creer que sea el
mismo que mi memoria me esta recalcando que es, ¿Cómo es posible que sea el
mismo, si ese hombre murió hace siglos en contra de los turcos?, vamos en una
misión secreta, en contra de unos rusos que se supone no existen, ¿por un
espejo que trajo Himmler del Oriente?, ¿Cómo no estar confusos y aterrados al
respecto?
—A mi señal, inicien el Infierno— menciona el oficial
veterano de las SS.
Los soldados de la Wehrmacht y las SS, se empezaron a
acercar cautelosamente, cerca de los rusos, para iniciar con la ofensiva. Uno
de las SS, apunto a uno de los rusos que estaba cerca de una ametralladora
ligera Degtyaryov DP-27. El SS disparó, y la cabeza del ruso explotó como
melón.
—¡Ahora!—
Todos rápidamente empezamos a disparar a nuestros
objetivos señalados. Los rusos rápidamente tomaron sus posiciones y
respondieron el fuego, balas, fuego, explosiones, todo ocurría en segundos.
La Wehrmacht y las SS estaban respondiendo bien al
ataque ruso, nosotros, los Werwolf, Volksturm, y compañeros aun con sus
uniformes de las juventudes hitlerianas, apoyábamos a los principales, y nos
asegurábamos que la defensa no tuviera respaldo de los rusos menos armados.
Dirlewanger, junto con sus hombres, no tuvieron muchos problemas en atravesar
la línea rusa para entrar al edificio. A mi derecha, en la calle principal,
avisté un convoy de rusos que venía rápidamente hacia acá, nos descubrieron.
—Yo me encargo.— dijo Vlad, que durante toda la
batalla, estaba parado, con los brazos cruzados en la espalda, mirando
tranquilamente mientras los disparos cruzaban por todos lados.
La mirada de Vlad se transformó en la misma que tuvo
cuando me ahorcó la primera vez. Vlad se puso frente al convoy que venía, y
solo pude ver que movió su mano, como si le ordenara a la tierra que se
levantara. De repente sucedió algo que me dejo helado, aún con los disparos
rozándome la cara. Unas estacas, o lanzas, salieron de la tierra rápidamente,
atravesando los camiones soviéticos, empalando a todos los rusos que venían en
ellos; lo único que se podía escuchar eran los gritos de horror, agonía y
terror, que provenían de esos convoys; y lo único que se podía ver a lo lejos,
era un bosque de empalados que cubrían toda la calle por donde ellos venían.
—¡Avancen!— ordeno un veterano de la Wehrmacht,
el primero que dio las ordenes para atacar; el de las SS, lo había alcanzado
una bala en la cabeza y yacía muerto en el suelo, cerca de las escaleras para
entrar al edificio.
Los rusos que defendían la primera línea, estaban
todos abatidos, pero aún se escuchaban disparos dentro del edificio, la batalla
aún no terminaba.
Entramos, preparados para disparar, pero por lo que
veíamos, no era necesario. Los hombres de Dirlewanger no estaban combatiendo,
estaban masacrando a los rusos. Por como luchaban, estos rusos eran mucho más
entrenado y experimentados que los que me tocó conocer en Berlín, supongo que
eran las fuerzas especiales de Yagoda que mencionaron antes.
Aun con su maestría, Dirlewanger los estaba
exterminando brutalmente. Los hombres de Dirlewanger les disparaban a
quemarropa con armas de grueso calibre, destruyéndolos completamente; habían
unos que ponían sus ametralladoras en la boca de un ruso, que en el suelo
suplicaba piedad, jalando el gatillo y esparciendo sus sesos por todo el lugar;
otros los apuñalaban repetidas veces, metiendo ferozmente sus manos en la
herida, y sacando sus entrañas, para posteriormente, ahorcarlos con ellas; era
una escena grotesca, que varios al verla, comenzamos a vomitar de lo cruda que
era.
Milagrosamente, Dirlewanger mantuvo vivos a algunos
rusos de las fuerzas especiales.
—Al parecer Yagoda no está, fue llamado para otra
misión cerca de Siberia, pero no movieron nada, el objetivo sigue aquí.—
menciono Dirlewanger, acercándose a sir Adler, mientras se limpiaba las manos
ensangrentadas con un trapo sucio.
—¿Supongo que no fue una respuesta dada por las
buenas?— pregunta sir Adler con un tono de travieso.
—Me atrapaste con las manos en la masa.—
responde Dirlewanger, mostrando sus manos aún con sangre, con un gesto burlón
de lo que ya nos imaginábamos que había ocurrido.
—Avancemos, tenemos trabajo que hacer.— exclama
Vlad, que entró rápidamente al lugar, rumbo al interior del edificio sin mirar
a nadie.
Mi unidad entró y no pude ignorar lo extraño del
lugar. Al parecer el exterior del edificio era una fachada, todo era una enorme
cueva tallada de una forma extraña. Era como un templo, hecho con cantera, como
las catedrales medievales. Aunque pareciera medieval, la forma y las esculturas
eran egipcias, como si intentaran hacer un templo egipcio con un toque
medieval.
Al final del camino de ese extraño templo, había una
sala, con un espejo en la pared de al fondo, custodiado por los flancos, por
dos figuras gigantescas de piedra que asemejaban a uno de esos dioses egipcios
con cabeza de animal, pero no se podía distinguir de qué, ya que estaban algo
desgastadas y borrosas.
—No entiendo que es esto.— pronuncie sin pensar
que lo dije en voz alta.
—Es un templo secreto, construido por los
templarios en 1304, bajo las órdenes del Gran Maestre del momento. Durante la
persecución de 1307, el templo fue ocultado para que los rabinos no pudieran
encotrarlo; con el tiempo se le confirió el deber de ocultarlo y protegerlo a
Vlad Drácula, pues entre los otomanos, estaba una célula de musulmanes que
trabajaban bajo órdenes de los rabinos. Desde entonces, el lugar se a mantenido
oculto, hasta que los rabinos dieron con el a través de los soviéticos.— me
explicó sir Adler mientras se acercaba a Dirlewanger, que éste a su vez, se
puso en frente, en dirección del espejo.
El espejo era ovalado y antiguo, en la parte superior
pude distinguir unas palabras: Vita Vestiga, Atra Sanctus, Rex Tenebris. Supe
que era latín, pero no sabía que significaba.
—¿Ya la trajiste?— pregunta sir Adler a
Dirlewanger.
Dirlewanger hace una señal a sus hombres, y uno de ellos
trae a una pequeña niña, no mayor de 5 años. La niña tenía un cabello rubio
ondulado, y unos ojos verdes como esmeraldas; tenía pequeñas marcas de cortes,
pero dudo que fueran hechos por los hombres de Dirlewanger. La niña se veía
congelada de miedo sin saber que era lo que pasaba; su cara estaba llena de
lagrimas secas, y nuevas, que estaban brotando sin cesar de sus ojos.
—La sacamos de la granja de niños de los rabinos en
Varsovia, como el führer lo ordenó.— respondió Dirlewanger a sir Adler,
mientras tomaba a la niña por los hombros, de una manera extrañamente paternal.
—Bien, ¿señor Vlad, haría los honores?—
Al escuchar la orden de sir Adler, Vlad manda a mi
unidad a traer a los prisioneros rusos que quedaron al centro del salón. En ese
momento, Vlad cierra los ojos, inhala, y al abrirlos, con esos ojos rojos de
terror, hace lo mismo que hizo con los rusos en la calle. Del suelo salieron
estacas que atravesaron y levantaron, no solo a los rusos, también a los
sobrevivientes de mi unidad y a los hombres de Dirlewanger, todos empalados
menos Dirlewanger, sir Adler, la niña, Vlad y yo.
No podía entenderlo, ¿¡Por qué!? Al matarlos a todos,
la sangre se escurría de las estacas abundantemente, y corría hacia el suelo,
formando un charco, que, a su vez, formó un pequeño río que se dirigía al
espejo, como si la sangre tuviera conciencia y órdenes de ir al espejo.
—Se necesita sangre de guerreros para despertar la
entrada.— me respondió sir Adler, viendo que estaba atónito y perplejo de
lo que estaba presenciando.
En ese momento, Dirlewanger se dirigió con la niña
enfrente del espejo, junto con sir Adler.
—¿Cómo te llamas pequeña?— preguntó sir Adler
tiernamente a la niña-
La niña, respondiendo con miedo, en voz baja y
entrecortada.
—An… Ann… Anastasia.—
—¿¡Anastasia!?, viene del griego resurrección, que
lindo nombre.— responde sir Adler a la niña, dándole una palmadita en su
mejilla y retirándose del lugar.
En eso, Dirlewanger saca una daga, y le corta la
garganta a la niña, dirigiendo el chorro saliente de sangre al espejo.
—¡NOOO!— quise correr a
detenerlo y matarlo por lo que hizo, pero Vlad, sujetó fuertemente mi hombro,
deteniéndome, mientras me clavaba sus dedos que parecían garras.
—Ni siquiera lo intentes— me reprendió Vlad,
mientras me lanzaba una mirada con esos ojos de terror.
Al vaciar la suficiente sangre de la niña, se colocó
de espalda al espejo, mirándonos a nosotros. Sacó una pistola, tomándola con su
mano izquierda; se puso en posición de firmes, chocando sus tacones, haciendo
el saludo fascista en nuestra dirección, y con un grito triunfal dijo.
—Agios O Kaos—
Puso la pistola en su boca y se disparó, empapando el
espejo con su sangre mientras su cuerpo se desplomaba en el suelo.
No podía entenderlo, ¿Qué locura estaban jugando estos
monstruos?
—Se necesita la sangre de opuestos para abrir la
entrada. Una sangre impura, sin contaminar por la guerra, la muerte, o la
realidad de este mundo imperfecto. Y una sangre corrompida, contaminada por los
males de esta tierra. Deben combinarse las dos sangres para formar un todo más
allá de la dualidad, solo así se abre la puerta al más allá.— explicó sir
Adler.
El espejo, que antes reflejaba lo que sea que estuviera
enfrente, empezó a oscurecerse, a tal punto, que pareciera un portal que
llevara a un mundo donde la luz jamás estuvo. Lo que ocurrió después no podía
entenderlo.
Del espejo salió un pequeño gato negro, con ojos
amarillos muy fuertes. Vlad se arrodilló, como si estuviera en frente de un rey
o algo así. Sir Adler, hizo una reverencia, y lo único que mencionó fue:
—Bienvenido devuelta al mundo, majestad.—
Periferia de Berlín, 1945
—¿Necesitas algo más, “Eva Braun”, o debería
llamarte Sophia.—
Hitler, en la habitación subterránea, en donde antes
estaban los soldados que fueron hacer esa misión secreta, recibió a la que
pareciera ser su esposo. Eva Braun lo voltea a ver, y sonriendo, empieza a
cambiar de forma. Su vestido adquiere un color rojo escarlata, mostrando una
hermosa figura femenina; una cabellera lacia y negra empieza a brotar, y una
cara redondeada, con una nariz chica y unos ojos redondos y azules profundos,
empiezan adornar una hermosa cara juvenil de una bella mujer con algunos rasgos
latinos y caucásicos.
—¿Qué le aflige mi führer?, ¿hay algo que
lo moleste?— pregunta la mujer en un tono empático y
preocupado.
—Si al final iba a perder la guerra para cumplir
con su mandato, ¿para que lucharla, no era mejor perder desde el inicio?—
pregunta Hitler con ansias de saber una respuesta.
—Claro que no, necesitábamos que lucharas con
ánimos de ganarla. Se necita una guerra, una lucha con ánimos de victoria, esa
voluntad indomable que caracteriza tu espíritu, para transformar el mundo y el
destino bajo tus deseos. La derrota era inminente, las fuerzas del Demiurgo
eran más fuertes que las tuyas, pero tus fuerzas fueron lo suficientemente
fuerte para acelerar el fin del mundo, el fin del reino de Yaldabaoth.— contesto
Sophia.
Hitler, un poco agobiado, por las respuestas crípticas
que siempre le dio Sophia, pero a la vez en calma, pues de su parte dio todo lo
mejor que pudo, con aciertos y errores por igual; vuelve a preguntar.
—Entonces, ¿este es mi fin definitivo?, no era en
el bunker, sino aquí, contigo, el momento de mi muerte ¿no es así?—
—La guerra de Alemania terminó ya, pero tú
aún no has terminado de luchar. Si, morirás, pero te convertirás en la fuente
de un poder más grande que traerá la destrucción de aquel que se hace llamar el
Único y más grande.—
Al terminar de decir esto Sophia, los guardias de las
SS, que habían resguardado a Hitler aparecen, pero, poco a poco empiezan a
cambiar su forma y aspecto en lo que parecieran monjes, con túnicas negras y
símbolos egipcios en ellas. Uno de ellos saca una daga de oro, una daga
egipcia, la cual tenía en el pomo un rubí brillante. Al sacarla, se la da con
mucho respeto al führer.
El führer, al tomarla, la mira detenidamente, con una
calma y paz en su interior como nunca lo había experimentado.
—Solo quiero saber una cosa, esta nueva guerra, ¿la
ganaremos?— pregunta Hitler a Sophia, mientras sigue mirando la daga.
—Todo lo que la luz a creado, la oscuridad al
final, siempre lo devorará.—
Hitler mira a Sophia, con una mirada que muestra
tranquilidad, además de un agradecimiento a ella en silencio, que puede verse y
entenderse en solamente una mirada. Hitler toma la daga con sus dos manos, la
alza, y antes de clavarla en su corazón, exclama un último saludo.
—¡Heil Baphomet!—
Hitler clava la daga en su corazón, y muere en su
silla donde estaba sentado. De repente, el cuerpo de Hitler empieza a temblar,
el lugar empieza a vibrar también. El cuerpo del difunto führer empieza a
tornarse gris, y su cara, empieza a oscurecerse con una sombra antinatural; sus
ojos se vuelven un vacío oscuro, del cual se empieza a ver poco a poco, dos
destellos rojizos en ellos.
En la habitación, empieza a haber una imposible
tormenta de arena, que surca el lugar con un remolino feroz. Entonces, el
cuerpo de Hitler se para, una fuerza invisible lanza el escritorio que tenía
enfrente a un rincón de la habitación, haciéndose añicos al instante. La
tormenta de arena cesa, y la habitación queda algo tapizada de arena, como si
nevara adentro de una casa, pero en lugar de nieve es arena; es entonces,
cuando se vislumbra mejor la figura que tomó posesión del cuerpo.
Se podía observar la figura de un Hitler oscuro, para
nada humano; su piel era grisácea brillante, como de una roca se tratará; sus
ojos eran un vacío oscuro, del cual, solo dos minúsculos de luz rojiza hacían
de pupilas en ellos; y su cara, pareciera agrietarse, como un cristal que está
a punto de colapsar.
—Una vez mas devuelta a este mundo, Sutej, guardián
de la llama negra.— menciona Sophia, hablando con el oscuro ente, mientras
esboza un sonrisa.
El ente, hace una reverencia, y contesta, con una voz
profunda, abismal y oscura.
—Un gusto verla de nuevo, mi señora. Supongo que él
ya está aquí.—
Sophia asiente mostrando una sonrisa.
—Es correcto, señor del desierto. El día esperado
está por llegar.—
Uno de los monjes, sin dejar de hacer una reverencia a
esta deidad oscura, le da un centro uas de oro a Sutej. La deidad, toma el
cetro con fuerza, como si de un gran monarca se tratara y mira fijamente a
Sophia.
—El pueblo del desierto se cree invencible con la
victoria ganada en contra del hombre el cual me dio su ser. Les mostraré la ira
y ferocidad que el verdadero desierto puede causar.—
—Cuento con ello, señor de la guerra. Es momento de
traer a la nueva mesa redonda; la batalla que quedó inconclusa en las tierras
de hiperbórea debe completarse, solo así el ciclo se completará.—
Al terminar Sophia, Sutej, en el cuerpo de Hitler,
comienza a cambiar de forma. El cuerpo de Hitler aumenta su tamaño a más de dos
metros, y se empieza a vislumbrar otro hombre nuevo. Del cuerpo de Hitler nace
un hombre, de tes bronceada oscura, de un aspecto que asemeja a los antiguos
egipcios; su rostro, cuadrado, muestra una firmeza y fiereza, como solo un dios
de las armas puede tener; y sus ojos ya se muestran más humanos, pero con una
tonalidad azul sobrenatural, igual que los ojos de Sophia y sus seguidores más
cercanos.
—Así se hará mi señora.—
Al responder Sutej, éste, golpea su cetro en el suelo,
como si quisiera atravesarlo, comenzando de nuevo una tormenta de arena en la
habitación, desgarrando paredes, cuadros y libros que hubiera en ella. Y Sutej,
respondiendo con una sonrisa a la sonrisa de Sophia, solo responde:
—Heil Baphomet.—
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